El director y los alumnos permanecieron algún tiempo contemplando a un
grupo de niños que jugaban a la Pelota Centrífuga. Veinte de
ellos formaban círculo alrededor de una torre de acero cromado.
Había que arrojar la pelota a una plataforma colocada en lo alto de la
torre; entonces la pelota caía por el interior de la misma hasta llegar
a un disco que giraba velozmente, y salía disparada al exterior por una
de las numerosas aberturas practicadas en la armazón de la torre. Y los
niños debían atraparla.
-Es curioso -musitó el director, cuando se apartaron del lugar-, es
curioso pensar que hasta en los tiempos de Nuestro Ford la mayoría de
los juegos se jugaban sin más aparatos que una o dos pelotas, unos pocos
palos y a veces una red.
Imaginen la locura que representa permitir que la gente se entregue a juegos
complicados que en nada aumentan el consumo. Pura locura. Actualmente los
Interventores no aprueban ningún nuevo juego, a menos que pueda
demostrarse que exige cuando menos tantos aparatos como el más
complicado de los juegos ya existentes. -Se interrumpió
espontáneamente-. He aquí un grupito encantador -dijo,
señalando.
En una breve extensión de césped, entre altos grupos de brezos
mediterráneos, dos chiquillos, un niño de unos siete años
y una niña que quizá tendría un año más,
jugaban -gravemente y con la atención concentrada de unos
científicos empeñados en una labor de investigación- a un
rudimentario juego sexual.
-¡Encantador, encantador! -repitió el D.I.C., sentimentalmente.
-Encantador -convinieron los muchachos, cortésmente.
Pero su sonrisa tenía cierta expresión condescendiente:
hacía muv poco tiempo que habían abandonado aquellas diversiones
infantiles, demasiado poco para poder contemplarlas sin cierto desprecio.
¿Encantador? No eran más que un par de chiquillos haciendo el
tonto; nada más. Chiquilladas.
-Siempre pienso... -empezó el director en el mismo tono sensiblero.
Pero lo interrumpió un llanto bastante agudo.
De unos matorrales cercanos emergió una enfermera que llevaba cogido de
la mano un niño que lloraba. Una niña, con expresión
ansiosa, trotaba pisándole los talones.
-¿Qué ocurre? -preguntó el director.
La enfermera se encogió de hombros.
-No tiene importancia -contestó-. Sólo que este chiquillo parece
bastante reacio a unirse en el juego erótico corriente. Ya lo
había observado dos o tres veces. Y ahora vuelve a las andadas.
Empezó a llorar y...
-Honradamente -intervino la chiquilla de aspecto ansioso-, yo no quise hacerle
ningún daño.
Es la pura verdad.
-Claro que no, querida -dijo la enfermera, tranquilizándola-. Por esto
-prosiguió, dirigiéndose de nuevo al director- lo llevo a
presencia del Superintendente Ayudante de Psicología. Para ver si hay
en él alguna anormalidad.
-Perfectamente -dijo el director-. Llévelo allá. Tú te
quedas aquí, chiquilla -agregó, mientras la enfermera se alejaba
con el niño, que seguía llorando-. ¿Cómo te
llamas?
-Polly Trotsky.
-Un nombre muy bonito, como tú -dijo el director-. Anda, ve a ver si
encuentras a otro niño con quien jugar.
La niña echó a correr hacia los matorrales y se perdió de
vista.
-¡Exquisita criatura! -dijo el director, mirando en la dirección
por donde había desaparecido; y volviéndose después hacia
los estudiantes, prosiguió-: Lo que ahora voy a decirles puede parecer
increíble. Pero cuando no se está acostumbrado a la Historia, la
mayoría de los hechos del pasado parecen increíbles.
Y les comunicó la asombrosa verdad. Durante un largo período de
tiempo, antes de la época de Nuestro Ford, y aun durante algunas
generaciones subsiguientes, los juegos eróticos entre chiquillos
habían sido considerados como algo anormal (estallaron sonoras risas); y
no sólo anormal, sino realmente inmoral (¡No!), y, en consecuencia,
estaban rigurosamente prohibidos.
Una expresión de asombrosa incredulidad apareció en los rostros
de sus oyentes. ¿Era posible que prohibieran a los pobres chiquillos
divertirse? No podían creerlo.
-Hasta a los adolescentes se les prohibían -siguió el D.I.C.-; a
los adolescentes como ustedes...
-¡Es imposible!
-Dejando aparte un poco de autoerotismo subrepticio y la homosexualidad, nada
estaba permitido.
-¿Nada?
-En la mayoría de los casos, hasta que tenían más de
veinte años.
-¿Veinte años? -repitieron, como un eco, los estudiantes, en un
coro de incredulidad.
-Veinte -repitió a su vez el director-. Ya les dije que les
parecería increíble.
-Pero, ¿qué pasaba? -preguntaron los muchachos-.
¿Cuáles eran los resultados?
-Los resultados eran terribles.
Una voz grave y resonante había intervenido inesperadamente en la
conversación.
Todos se volvieron. A la vera del pequeño grupo se hallaba un
desconocido, un hombre de estatura media y cabellos negros, nariz ganchuda,
labios rojos y regordetes, y ojos oscuros, que parecían taladrar.
-Terribles -repitió.
En aquel momento, el D.I.C. se hallaba sentado en uno de los bancos de acero y
caucho convenientemente esparcidos por todo el jardín; pero a la vista
del desconocido saltó sobre sus pies y corrió a su encuentro, con
las manos abiertas, sonriendo con todos sus dientes, efusivo.
-¡Interventor! ¡Qué inesperado placer! Muchachos, ¿en
qué piensan ustedes? Les presento al interventor; es Su Fordería
Mustafá Mond.
En las cuatro mil salas del Centro, los cuatro mil relojes eléctricos
dieron simultáneamente las cuatro. Voces etéreas sonaban por los
altavoces:
-Cesa el primer turno del día... Empieza el segundo turno del
día... Cesa el primer turno del día...
En el ascensor, camino de los vestuarios, Henry Foster y el Director Ayudante
de Predestinación daban la espalda intencionadamente a Bernard Marx, de
la Oficina Psicológica, procurando evitar toda relación con aquel
hombre de mala fama.
En el Almacén de Embriones, el débil zumbido y chirrido de las
máquinas todavía estremecía el aire escarlata. Los turnos
podían sucederse; una cara roja, luposa, podía ceder el lugar a
otra; mayestáticamente y para siempre, los trenes seguían
reptando con su carga de futuros hombres y mujeres.
Lenina Crowne se dirigió hacia la puerta.
¡Su Fordería Mustafá Mond! A los estudiantes casi se les
salían los ojos de la cabeza. ¡Mustafá Mond! ¡El
Interventor Residente de la Europa Occidental! ¡Uno de los Diez
Interventores Mundiales! Uno de los Diez... y se sentó en el banco, con
el D.I.C., e iba a quedarse, a quedarse, sí, y hasta a dirigirlos la
palabra... ¡Directamente de labios del propio Ford!
Dos chiquillos morenos emergieron de unos matorrales cercanos, les miraron un
momento con ojos muy abiertos y llenos de asombro, y luego volvieron a sus
juegos entre las hojas.
-Todos ustedes recuerdan -dijo el Interventor; con su voz fuerte y grave-,
todos ustedes recuerdan, supongo, aquella hermosa e inspirada frase de Nuestro
Ford: La Historia es una patraña -repitió lentamente-, una
patraña.
Hizo un ademán con la mano, y fue como si con un visible plumero hubiese
quitado un poco el polvo; y el polvo era Harappa, era Ur de Caldea; y algunas
telarañas, y las telarañas eran Tebas y Babilonia, y Cnosos y
Micenas. Otro movimiento de plumero y desaparecieron Ulises, Job,
Júpiter, Gautana y Jesús. Otro plumerazo, y fueron aniquiladas
aquellas viejas motas de suciedad que se llamaron Atenas, Roma,
Jerusalén y el Celeste Imperio. Otro, y el lugar donde había
estado Italia quedó desierto. Otro, y desaparecieron las catedrales.
Otro, otro, y afuera con el Rey Lear y los Pensamientos de Pascal.
Otro, ¡y basta de Pasión ! Otro, ¡y basta de
Réquiem ! Otro, ¡y basta de Sinfonía!;
otro plumerazo y...
-¿Irás al sensorama esta noche, Henry? -preguntó el
Predestinador Ayudante-. Me han dicho que el fílm del Alhambra es
estupendo. Hay una escena de amor sobre una alfombra de piel de oso; dicen que
es algo maravilloso. Aparecen reproducidos todos los pelos del oso. Unos
efectos táctiles asombrosos.
-Por esto no se les enseña Historia -decía el Interventor-. Pero
ahora ha llegado el momento...
El D.I.C. le miró con inquietud. Corrían extraños rumores
acerca de viejos libros prohibidos ocultos en una arca de seguridad en el
despacho del Interventor. Biblias, poesías... ¡Ford sabía
tantas cosasl
Mustafá Mond captó su mirada ansiosa, y las comisuras de sus
rojos labios se fruncieron irónicamente.
-Tranquilícese, director -dijo en leve tono de burla-. No voy a
corromperlos.
El D.I.C. quedó abrumado de confusión.
Los que se sienten despreciados procuran aparecer despectivos. La sonrisa que
apareció en el rostro de Bernard Marx era ciertamente despreciativa.
¡Todos los pelos del oso! ¡Vaya!
-Haré todo lo posible por ir -dijo Henry Foster.
Mustafá Mond se inclinó hacia delante y agitó el dedo
índice hacia ellos.
-Basta que intenten comprenderlo -dijo, y su voz provocó un
extraño escalofrío en los diafragmas de sus oyentes-. Intenten
comprender el efecto que producía tener una madre vivípara.
De nuevo aquella palabra obscena. Pero esta vez a ninguno se le ocurrió
siquiera la posibilidad de sonreír.
-Intenten imaginar lo que significaba vivir con la propia familia.
Lo intentaron; pero, evidentemente, sin éxito. -¿Y saben ustedes lo
que era un hogar? Todos movieron negativamente la cabeza.
Emergieron de su sótano oscuro y escarlata, Lenina Crowne subió
diecisiete pisos, torció a la derecha al salir del ascensor,
avanzó por un largo pasillo y, abriendo la puerta del Vestuario
Femenino, se zambulló en un caos ensordecedor de brazos, senos y ropa
interior. Torrentes de agua caliente caían en un centenar de
bañeras o salían borboteando de ellas por los desagües.
Zumbando y silbando, ochenta máquinas para masaje -que funcionaban a
base de vacío y vibración- amasaban simultáneamente la
carne firme y tostada por el sol de ochenta soberbios ejemplares femeninos que
hablaban todos a voz en grito. Una máquina de Música
Sintética susurraba un solo de supercorneta.
-Hola, Fanny -dijo Lenina a la muchacha que tenía el perchero y el
armario junto al suyo.
Fanny trabajaba en la Sala de Envasado y se llamaba también Crowne de
apellido. Pero como entre los dos mil millones de habitantes del planeta
debían repartiese sólo diez mil hombres, esta coincidencia nada
tenía de sorprendente.
Lenina tiró de sus cremalleras -hacia abajo la de la chaqueta, hacia
abajo, con ambas manos, las dos cremalleras de los pantalones, y hacia abajo
también para la ropa interior-, y, sin más que las medias y los
zapatos, se dirigió hacia el baño.
Hogar, hogar... Unos pocos cuartitos, superpoblados por un hombre, una mujer
periódicamente embarazada, y una turbamulta de niños y
niñas de todas las edades. Sin aire, sin espacio; una prisión no
esterilizada; oscuridad, enfermedades y malos olores.
(La evocación que el Interventor hizo del hogar fue tan vívida
que uno de los muchachos, más sensible que los demás,
palideció ante la mera descripción del mismo y estuvo a punto de
marearse.)
Lenina salió del baño, se secó con la toalla, cogió
un largo tubo flexible incrustado en la pared, apuntó con él a su
pecho, como si se dispusiera a suicidarse, y oprimió el gatillo. Una
oleada de aire caliente la cubrió de finísimos polvos de talco.
Ocho diferentes perfumes y agua de Colonia se hallaban a su disposición
con sólo maniobrar los pequeños grifos situados en el borde del
lavabo. Lenina abrió el tercero de la izquierda, se perfumó con
esencia de Chipre, y, llevando en la mano los zapatos y las medias,
salió a ver si estaba libre alguno de los aparatos de masaje.
Y el hogar era tan mezquino psíquicamente como físicamente.
Psíquicamente, era una conejera, un estercolero, lleno de fricciones a
causa de la vida en común, hediondo a fuerza de emociones.
¡Cuántas intimidades asfixiantes, cuán peligrosas, insanas y
obscenas relaciones entre los miembros del grupo familiar! Como una
maniática, la madre se preocupaba constantemente por los hijos (sus
hijos)..., se preocupaba por ellos como una gata por sus pequeños;
pero como una gata que supiera hablar, una gata que supiera decir: Nene
mío, nene mío una y otra vez. Nene mío, y, ioh, en mi
pecho, sus manitas, su hambre, y ese placer mortal e indecible! Hasta que al
fin mi niño se duerme, mi niño se ha dormido con una gota de
blanca leche en la comisura de su boca. Mi hijito duerme ...
-Sí -dijo Mustafá Mond, moviendo la cabeza-, con razón se
estremecen ustedes.
-¿Con quién saldrás esta noche? -preguntó Lenina,
volviendo de su masaje con un resplandor rosado, como una perla iluminada desde
dentro.
-Con nadie.
Lenina arqueó las cejas, asombrada.
-Ultimamente no me he encontrado muy bien -explicó Fanny-. El doctor
Wells me aconsejó tomar Sucedáneo de Embarazo.
-¡Pero si sólo tienes diecinueve años! El primer
Sucedáneo de Embarazo no es obligatorio hasta los veintiuno.
-Ya lo sé, mujer. Pero hay personas a quienes les conviene empezar
antes. El doctor Wells me dijo que las morenas de pelvis ancha, como yo,
deberían tomar el primer Sucedáneo de Embarazo a los diecisiete.
De modo que en realidad llevo dos años de retraso y no de adelanto.
Abrió la puerta de su armario y señaló la hilera de cajas
y ampollas etiquetadas del primer estante.
Jarabe de Corpus Luteum. Lenina leyó los nombres en voz alta. Ovarina
fresca, garantizada; fecha de caducidad: 1 de agosto de 632 d. F. Extracto de
glándulas mamarias: tómese tres veces al día, antes de las
comidas, con un poco de agua. Placentina; inyectar 5 cc. cada tres días
(intravenosa) ...
-¡Uy! -estremecióse Lenina-. ¡Con lo poco que me gustan las
intravenosas! ¿Y a ti?
-Tampoco me gustan. Pero cuando son para nuestro bien...
Fanny era una muchacha particularmente juiciosa.
Nuestro Ford -o nuestro Freud, como, por alguna razón inescrutable,
decidió llamarse él mismo cuando hablaba de temas
psicológicos-. Nuestro Freud fue el primero en revelar los terribles
peligros de la vida familiar. El mundo estaba lleno de padres, y, por
consiguiente, estaba lleno de miseria; lleno de madres, y, por consiguiente, de
todas las formas de perversión, desde el sadismo hasta la castidad;
lleno de hermanos, hermanas, tíos, tías, y, por ende, lleno de
locura y de suicidios.
-Y sin embargo, entre los salvajes de Samoa, en ciertas islas de la costa de
Nueva Guinea...
El sol tropical relucía como miel caliente sobre los cuerpos desnudos de
los chiquillos que retozaban promiscuamente entre las flores de hibisco. El
hogar estaba en cualquiera de las veinte casas con tejado de hojas de palmera.
En las Trobiands, la concepción era obra de los espíritus
ancestrales; nadie había oído hablar jamás de padre.
-Los extremos se tocan -dijo el Interventor-. Por la sencilla razón de
que fueron creados para tocarse.
-El doctor Wells dice que una cura de tres meses a base de Sucedáneo de
Embarazo mejorará mi salud durante los tres o cuatro años
próximos.
-Espero que esté en lo cierto -dijo Lenina-. Pero, Fanny, ¿de
veras quieres decir que durante estos tres meses se supone que no vas a ...
?
-¡Oh, no, mujer! Sólo durante una o dos semanas, y nada
más. Pasaré la noche en el club, jugando al Bridge Musical.
Supongo que tú sí saldrás, ¿no?
Lenina asintió con la cabeza. -¿Con quién?
-Con Henry Foster.
-¿Otra vez? -El rostro afable, un tanto lunar, de Fanny cobró una
expresión de asombro dolido y reprobador-. ¡No me digas que
todavía sales con Henry Foster!
Madres y padres, hermanos y hermanas. Pero había también
maridos, mujeres, amantes. Había también monogamia y
romanticismo.
-Aunque probablemente ustedes ignoren lo que es todo esto -dijo Mustafá
Mond.
Los estudiantes asintieron.
Familia, monogamia, romanticismo. Exclusivismo en todo, en todo una
concentración del interés, una canalización del impulso y
la energía.
-Cuando lo cierto es que todo el mundo pertenece a todo el mundo
-concluyó el Interventor, citando el proverbio hipnopédico.
Los estudiantes volvieron a asentir, con énfasis, aprobando una
afirmación que sesenta y dos mil repeticiones en la oscuridad les
habían obligado a aceptar, no sólo como cierta sino como
axiomático, evidente, absolutamente indiscutible.
-Bueno, al fin y al cabo -protestó Lenina- sólo hace unos cuatro
meses que salgo con Henry.
-¡Sólo cuatro meses! ¡Me gusta! Y lo que es peor
-prosiguió Fanny, señalándola con un dedo acusador- es que
en todo este tiempo no ha habido en tu vida nadie, excepto Henry,
¿verdad?
Lenina se sonrojó violentamente; pero sus ojos y el tono de su voz
siguieron desafiando a su amiga.
-No, nadie más -contestó, casi con truculencia-. Y no veo por
qué debería haber habido alguien más.
-¡Vaya! ¡La niña no ve por qué! -repitió Fanny,
como dirigiéndose a un invisible oyente situado detrás del hombro
izquierdo de Lenina. Luego, cambiando bruscamente de tono,
añadió-: En serio. La verdad es que creo que deberías
andar con cuidado. Está muy mal eso de seguir así con el mismo
hombre. A los cuarenta o cuarenta y cinco años, todavía... Pero,
¡a tu edad, Lenina! No. no puede ser. Y sabes muy bien que el D.I.C. se
opone firmemente a todo lo que sea demasiado intenso o prolongado...
-Imaginen un tubo que encierra agua a presión. -Los estudiantes se lo
imaginaron-. Practico en el mismo un solo agujero -dijo el Interventor--.
¡Qué hermoso chorro!
Lo agujereó viente veces. Brotaron veinte mezquinas fuentecitas.
Hijo mío. Hijo mío...
¡Madre!
La locura es contagiosa.
Amor mío, mi único amor, preciosa, preciosa...
Madre, monogamia, romanticismo... La fuente brota muy alta; el chorro surge con
furia, espumante. La necesidad tiene una sola salida. Amor mío, hijo
mío. No es extraño que aquellos pobres premodernos estuviesen
locos y fuesen desdichados y miserables. Su mundo no les permitía tomar
las cosas con calma, no les permitía ser juiciosos, virtuosos, felices.
Con madres y amantes, con prohibiciones para cuya obediencia no habían
sido condicionados, con las tentaciones y los remordimientos solitarios, con
todas las enfermedades y el dolor eternamente aislante, no es de
extrañar que sintieran intensamente las cosas y sintiéndolas
así (y, peor aún, en soledad, en un aislamiento individual sin
esperanzas), ¿cómo podían ser estables?
-Claro que no tienes necesidad de dejarle. Pero sal con algún otro de
vez en cuando. Esto basta. P-1 va con otras muchachas, ¿no es verdad?
Lenina lo admitió.
-Claro que sí. Henry Foster es un perfecto caballero, siempre correcto.
Además, tienes que pensar en el director. Ya sabes que es muy
quisquilloso.. ,
Asintiendo con la cabeza, Lenina dijo:
-Esta tarde me ha dado una palmadita en el trasero.
-¿Lo ves? -Fanny se mostraba triunfal-. Esto te demuestra qué es
lo que importa por encima de todo. El convencionalismo más estricto.
-Estabilidad -dijo el Interventor-, estabilidad. No cabe civilización
alguna sin estabilidad social. Y no hay estabilidad social sin estabilidad
individual.
Su voz sonaba como una trompeta. Escuchándole, los estudiantes se
sentían más grandes, más ardientes.
La máquina gira, gira, y debe seguir girando, siempre. Si se para, es
la muerte. Un millar de millones se arrastraban por la corteza terrestre. Las
ruedas empezaron a girar. En ciento cincuenta años llegaron a los dos
mil millones. Párense todas las ruedas. Al cabo de ciento cincuenta
semanas de nuevo hay sólo mil millones; miles y miles de hombres y
mujeres han perecido de hambre.
Las ruedas deben girar continuamente, pero no al azar. Debe haber hombres que
las vigilen, hombres tan seguros como las mismas ruedas en sus ejes, hombres
cuerdos, obedientes, estables en su contentamiento.
Si gritan: Hijo mío, madre mía, mi único amor; si
murmuran: Mi pecado, mi terrible Dios; si chillan de dolor, deliran de fiebre,
sufren a causa de la vejez y la pobreza... ¿cómo pueden cuidar de
las ruedas? Y si no pueden cuidar de las ruedas... Sería muy
difícil enterrar o quemar los cadáveres de millares y millares y
millares de hombres y mujeres.
-Y al fin y al cabo -el tono de voz de Fanny era un arrullo-, no veo que haya
nada doloroso o desagradable en el hecho de tener a uno o dos hombres
además de Henry. Teniendo en cuenta todo esto, deberías
ser un poco más promiscua ...
-Estabilidad -insistió el Interventor-, estabilidad. La necesidad
primaria y última. Estabilidad. De ahí todo esto.
Con un movimiento de la mano señaló los jardines, el enorme
edificio del Centro de Condicionamiento, los niños desnudos semiocultos
en la espesura o corriendo por los prados.
Lenina movió negativamente la cabeza.
-No sé por qué -musitó- últimamente no me he
sentido muy bien dispuesta a la promiscuidad. Hay momentos en que una no debe.
¿Nunca lo has sentido así, Fanny?
Fanny asintió con simpatía y comprensión.
-Pero es preciso hacer un esfuerzo -dijo sentenciosamente-, es preciso tomar
parte en el juego. Al fin y al cabo, todo el mundo pertenece a todo el
mundo.
-Sí, todo el mundo pertenece a todo el mundo -repitió Lenina
lentamente; y, suspirando, guardó silencio un momento; después,
cogiendo la mano de Fanny, se la estrechó ligeramente-. Tienes toda la
razón, Fanny. Como siempre. Haré ese esfuerzo.
Los impulsos coartados se derraman, y el derrame es sentimiento, el derrame es
pasión, el derrame es incluso locura; ello depende de la fuerza de la
corriente. y de la altura y la resistencia del dique. La corriente que no es
detenida por ningún obstáculo fluye suavemente, bajando por los
canales predestinados hasta producir un bienestar tranquilo.
El embrión está hambriento; día tras día, la bomba
de sucedáneo de la sangre gira a ochocientas revoluciones por minuto.
El niño decantado llora; inmediatamente aparece una enfermera con un
frasco de secreción externa. Los sentimientos proliferan en el intervalo
de tiempo entre el deseo y su consumación. Abreviad este intervalo,
derribad esos viejos diques innecesarios.
-¡Afortunados muchachos! -dijo el Interventor-. No se ahorraron esfuerzos
para hacer que sus vidas fuesen emocionalmente fáciles, para
preservarles, en la medida de lo posible, de toda emoción.
-¡Ford está en su viejo carromato! -murmuró el D.I.C.-. Todo
marcha bien en el mundo.
-¿Lenina Crowne? -dijo Henry Foster, repitiendo la pregunta del
Predestinador Ayudante mientras cerraba la cremallera de sus pantalones-. Es
una muchacha estupenda. Maravillosamente neumática. Me sorprende que
no la hayas tenido.
-La verdad es que no comprendo cómo pudo ser -dijo el Predestinador
Ayudante-. Pero lo haré. En la primera ocasión.
Desde su lugar, en el extremo opuesto de la nave del vestuario, Bernard Marx
oyó lo que decían y palideció.
-Si quieres que te diga la verdad -dijo Lenina-, lo cierto es que empiezo a
aburrirme un poco a fuerza de no tener más que a Henry día tras
día. -Se puso la media de la pierna izquierda-. ¿Conoces a Bernard
Marx? -preguntó en un tono cuya excesiva indiferencia era evidentemente
forzada.
Fanny pareció sobresaltada.
-No me digas que... -¿Por qué no? Bernard es un
Alfa-Más.
Además, me pidió que fuera a una de las Reservas para Salvajes
con él. Siempre he deseado ver una Reserva para Salvajes.
-Pero ¿y su mala fama? -¿Qué me importa su reputación?
-Dicen que no le gusta el Golf de Obstáculos.
-Dicen, dicen... -se burló Lenina. -Además, se pasa casi todo el
tiempo solo, solo.
En la voz de Fanny sonaba una nota de horror. -Bueno, en todo caso no
estará tan solo cuando esté conmigo. No sé por qué
todo el mundo lo trata tan mal. Yo lo encuentro muy agradable.
Sonrió para sí; ¡cuán absurdamente tímido se
había mostrado Bernard! Asustado casi, como si ella fuese un
Interventor Mundial y él un mecánico Gamma-Menos.
-Consideren sus propios gustos -dijo Mustafá Mond-. ¿Ha encontrado
jamás alguno de ustedes un obstáculo insalvable?
La pregunta fue contestada con un silencio negativo.
-¿Alguno de ustedes se ha visto jamás obligado a esperar largo
tiempo entre la concierícia de un deseo y su satisfacción?
-Bueno... -empezó uno de los muchachos; y vaciló.
-Hable -dijo el D.I.C.-. No haga esperar a
Su Fordería.
-Una vez tuve que esperar casi cuatro semanas antes de que la muchacha que yo
deseaba me permitiera ir con ella.
-¿Y sintió usted una fuerte emoción?
-¡Horrible!
-Horrible; exactamente -dijo el Interventor-. Nuestros antepasados eran tan
estúpidos y cortos de miras que cuando aparecieron los primeros
reformadores y ofrecieron librarles de estas horribles emociones, no quisieron
ni escucharles.
-Hablan de ella como si fuese un trozo de carne. -Bernard rechinó los
dientes-. La he probado, no la he probado. Como un cordero. La rebajan a la
categoría de cordero, ni más ni menos. Ella dijo que lo
pensaría y que me contestaría esta semana. ¡Oh, Ford, Ford,
Ford!
Sentía deseos de acercarse a ellos y pegarles en la cara, duro, fuerte,
una y otra vez.
-De veras, te aconsejo que la pruebes -decía Henry Foster.
-¡Es tan feo! -dijo Fanny.
-Pues a mí me gusta su aspecto. -¡Y tan bajo !
Fanny hizo una mueca; la poca estatura era típica de las castas
bajas.
-Yo lo encuentro muy simpático -dijo Lenina-. Me hace sentir deseos de
mimarlo. ¿Entiendes? Como a un gato.
Fanny estaba sorprendida y disgustada.
-Dicen que alguien cometió un error cuando todavía estaba
envasado; creyó que era un Gamma y puso alcohol en su ración de
sucedáneo de la sangre. Por esto es tan canijo.
-¡Qué tontería!
Lenina estaba indignada.
-La enseñanza mediante el sueño estuvo prohibida en Inglaterra.
Había allá algo que se llamaba Liberalismo. El Parlamento,
suponiendo que ustedes sepan lo que era, aprobó una ley que la
prohibía. Se conservan los archivos. Hubo discursos sobre la libertad,
a propósito de ello. Libertad para ser consciente y desgraciado.
Libertad para ser una clavija redonda en un agujero cuadrado.
-Pero, mi querido amigo, con mucho gusto, te lo aseguro. Con mucho gusto.
-Henry Foster dio unas palmadas al hombro del Predestinador Ayudante-. Al fin
y al cabo, todo el mundo pertenece a todo el mundo.
Cien repeticiones tres noches por semana, durante cuatro años
-pensó Bernard Marx, que era especialista en hipnopedia-. Sesenta y dos
mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad. ¡Idiotas!
-O el sistema de Castas. Constantemente propuesto, constantemente rechazado.
Existía entonces la llamada democracia. Como si los hombres fuesen
iguales no sólo fisicoquímicamente.
-Bueno, lo único que puedo decir es que aceptaré su
invitación.
Bernard los odiaba, los odiaba. Pero eran dos, y eran altos y fuertes.
-La Guerra de los Nueve Años empezó en el año 141 d. F.
-Aunque fuese verdad lo de que le pusieron alcohol en el sucedáneo de la
sangre.
-Cosa que, simplemente, no puedo creer -concluyó Lenina.
-El estruendo de catorce mil aviones avanzando en formación abierta.
Pero en la Kurfurstendamm y en el Huitiéme Arrondissement, la
explosión de las bombas de ántrax apenas produce más ruido
que el de una bolsa de papel al estallar,
-Porque quiero ver una Reserva de Salvajes.
-CH C H (NO)2 + Hg (CNO2) ¿a qué? Un enorme
agujero en el suelo, un montón de ruinas, algunos trozos de carne y de
mucus, un pie, con la bota puesta todavía, que vuela por los aires y
aterriza, ¡plas!, entre los geranios, los geranios rojos...
¡Qué espléndida floración, aquel verano!
-No tienes remedio, Lenina; te dejo por lo que eres.
-La técnica rusa para infectar las aguas era particularmente
ingeniosa.
De espaldas, Fanny y Lenina siguieron vistiéndose en silencio.
-La Guerra de los Nueve Años, el gran Colapso Económico.
Había que elegir entre Dominio Mundial o destrucción. Entre
estabilidad y ...
-Fanny Crowne también es una chica estupenda -dijo el Predestinador
Ayudante.
En las Guarderías, la lección de Conciencia de Clase Elemental
había terminado, y ahora las voces se encargaban de crear futura demanda
para la futura producción industrial. Me gusta volar -murmuraban-, me
gusta volar, me gusta tener vestidos nuevos, me gusta...
-El liberalismo, desde luego, murió de ántrax.
Pero las cosas no pueden hacerse por la fuerza.
-No tan neumática como Lenina. Ni mucho menos.
-Pero los vestidos viejos son feísimos -seguía diciendo el
incansable murmullo-. Nosotros siempre tiramos los vestidos viejos. Tirarlos
es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es
mejor...
-Gobernar es legislar, no pegar. Se gobierna con el cerebro y las nalgas,
nunca con los puños. Por ejemplo, había la obligación de
consumir, el consumo obligatorio...
-Bueno, ya estoy -dijo Lenina; pero Fanny seguía muda y dándole
la espalda-. Hagamos las paces-, querida Fanny.
-Todos los hombres, las mujeres y los niños eran obligados a consumir un
tanto al año. En beneficio de la industria. El único
resultado...
-Tirarlos es mejor que remendarlos. A más remiendos, menos dinero; a
más remiendos, menos dinero; a más remiendos ...
-Cualquier día -dijo Fanny, con énfasis dolorido- vas a meterte
en un lío.
-La oposición consciente en gran escala. Cualquier cosa con tal de no
consumir. Retorno a la Naturaleza.
-Me gusta volar, me gusta volar.
-¿Estoy bien? -preguntó Lenina.
Llevaba una chaqueta de tela de acetato verde botella, con puños y
cuello de viscosa verde.
-Ochocientos partidarios de la Vida Sencilla fueron liquidados por las
ametralladoras en Golders Green.
-Tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor que remendarlos.
-Luego se produjo la matanza del Museo Británico. Dos mil
fanáticos de la cultura gaseados con sulfuro de dicloretil.
Un gorrito de jockey verde y blanco sombreaba los ojos de Lenina; sus zapatos
eran de un brillante color verde, y muy lustrosos.
-Al fin -dijo Mustafá Mond-, los Interventores comprendieron que el uso
de la fuerza era inútil. Los métodos más lentos, pero
infinitamente más seguros, de la Ectogenesia, el condicionamiento
neo-Pavloviano y la hipnopedia ...
Y alrededor de la cintura, Lenina llevaba una cartuchera de sucedáneos
de cuero verde, montada en plata,
completamente llena (puesto que Lenina no era hermafrodita) de productos
anticoncepcionales reglamentarios.
-Al fin se emplearon los descubrimientos de Pfitzner y Kawaguchi. Una
propaganda intensiva contra la reproducción vivípara ...
- ¡Perfecta... ! -gritó Fanny, entusiasmada. Nunca podía
resistirse mucho rato al hechizo de Lenina-. ¡Qué cinturón
Maltusiano tan mono!
-Coordinaba con una campaña contra el Pasado; con el cierre de los
museos, la voladura de los monumentos históricos (afortunadamente la
mayoría de ellos ya habían sido destruidos durante la Guerra de
los Nueve años); con la supresión de todos los libros publicados
antes del año 150 d. F....
-No cesaré hasta conseguir uno igual -dijo Fanny.
-Había una cosa que llamaban pirámides, por ejemplo.
-Mi vieja bandolera de charol...
-Y un tipo llamado Shakespeare. Claro que ustedes no han oído hablar
jamás de estas cosas.
-Es una auténtica desgracia, mi bandolera.
-Éstas son las ventajas de una educación realmente
científica.
-A más remiendos, menos dinero; a más remiendos, menos ...
-La introducción del primer modelo T de Nuestro Ford ...
-Hace ya cerca de tres meses que lo llevo...
-...fue elegida como fecha de iniciación de la nueva Era.
-Tirarlos es mejor que remendarlos; tirarlos es mejor ...
-Había una cosa, como dije antes, llamada Cristianismo.
-Tirarlos es mejor que remendarlos.
-La moral y la filosofía del subconsumo...
-Me gustan los vestidos nuevos, me gustan los vestidos nuevos, me gustan
...
-Tan esenciales cuando había subproducción; pero en una
época de máquinas y de la fijación del nitrógeno,
eran un auténtico crimen contra la sociedad.
-Me lo regaló Henry Foster.
-Se cortó el remate a todas las cruces y quedaron convertidas en T.
Había también una cosa llamada Díos.
-Es verdadera imitación de tafilete.
-Ahora tenemos el Estado Mundial. Y las fiestas del Día de Ford, y los
Cantos de la Comunidad, y los Servicios de Solidaridad.
¡Ford, cómo los odio!, pensaba Bernard Marx.
-Había otra cosa llamada Cielo; sin embargo, solían beber enormes
cantidades de alcohol.
Como carne; exactamente lo mismo que si fuera carne.
-Habla una cosa llamada alma y otra llamada inmortalidad.
-Pregúntale a Henry dónde lo consiguió.
-Pero solían tomar morfina y cocaína.
Y lo peor del caso es que,ella es la primera en considerarse como simple
carnle.
-En el año 178 d.F., se subvencionó a dos mil farmacólogos
y bioquímicos ...
-Parece malhumorado -dijo el Predestinador Ayudante, señalando a Bernard
Marx.
-Seis años después se producía ya comercialmente la droga
perfecta.
-Vamos a tirarle de la lengua.
-Eufórica, narcótica, agradablemente alucinante.
-Estás melancólico, Marx. -La palmada en la espalda lo
sobresaltó. Levantó los ojos. Era aquel bruto de Henry Foster-.
Necesitas un gramo de soma.
-Todas las ventajas del cristianismo y del alcohol; y ninguno de sus
inconvenientes.
¡Ford, me gustaría matarle! Pero no hizo más que decir: No,
gracias, al tiempo que rechazaba el tubo de tabletas que le ofrecía.
-Uno puede tomarse unas vacaciones de la realidad siempre que se le antoje, y
volver de las mismas sin siquiera un dolor de cabeza o una mitología.
-Tómalo -insistió Henry Foster-, tómalo.
-La estabilidad quedó prácticamente asegurada.
-Un solo centímetro cúbico cura diez sentimientos
melancólicos -dijo el Presidente Ayudante, citando una frase de
sabiduría hipnopédica.
-Sólo faltaba conquistar la vejez. -¡Al cuerno! -gritó
Bernard Marx. -¡Qué picajoso!
-Hormonas gonadales, transfusión de sangre joven, sales de magnesio
...
-Y recuerda que un gramo es mejor que un taco.
Y los dos salieron, riendo.
-Todos los estigmas fisiológicos de la vejez han sido abolidos. Y con
ellos, naturalmente ...
-No se te olvide preguntarle lo del cinturón Maltusiano -dijo Fanny.
-... Y con ellos, naturalmente, todas las peculiaridades mentales del anciano.
Los caracteres permanecen constantes a través de toda la vida.
-...dos vueltas de Golf de Obstáculos que terminar antes de que
oscurezca. Tengo que darme prisa.
-Trabajo, juegos... A los sesenta años nuestras fuerzas son exactamente
las mismas que a los diecisiete. En la Antigüedad, los viejos
solían renunciar, retirarse, entregarse a la religión, pasarse el
tiempo leyendo, pensando... ¡Pensando!
¡Idiotas, cerdos!, se decía Bernard Marx, mientras avanzaba por el
pasillo en dirección al ascensor.
-En la actualidad el progreso es tal que los ancianos trabajan, los ancianos
cooperan, los ancianos no tienen tiempo ni ocios que no puedan llenar con el
placer, ni un solo momento para sentarse y pensar; y si por desgracia se
abriera alguna rendija de tiempo en la sólida sustancia de sus
distracciones, siempre queda el soma, el delicioso soma, medio gramo
para una tarde de asueto, un gramo para un fin de semana, dos gramos para un
viaje al bello Oriente, tres para una oscura eternidad en la luna; y vuelven
cuando se sienten ya al otro lado de la grieta, a salvo en la tierra firme del
trabajo y la distracción cotidianos, pasando de sensorama a sensorama,
de muchacha a muchacha neumática, de Campo de Golf
Electromagnético a...
-¡Fuera, chiquilla! -gritó el D.I.C., enojado-. ¡Fuera, peque!
¿No veis que el Interventor está atareado? ¡Id a hacer
vuestros juegos eróticos a otra parte!
-¡Pobres chiquillos! -dijo el Interventor.
Lenta, majestuosamente, con un débil zumbido de maquinaria, los trenes
seguían avanzando, a razón de trescientos treinta y tres
milímetros por hora. En la rojiza oscuridad centelleaban innumerables
rubíes.